Foto: Alberto Restifo
Para los
mesopotámicos la realeza venía del cielo, era de origen divino. El rey será la
figura favorita de los dioses, hasta el punto que los reyes tomarán uno de los
atributos de los dioses, los cuernos. Los patesi,
como luego harían los emperadores asirios, gobernaban por la gracia de los
dioses y en nombre de ellos.
En Egipto, se identificó al faraón con Ra, el dios solar, y una vez muerto, con Osiris, mientras que su sucesor era equiparado al dios Horus. En Mesopotamia, los nombres de algunos gobernantes llevaban un prefijo divino y durante el festival del Año Nuevo el rey representaba al dios en el ritual, especialmente en el matrimonio sagrado de unión con la diosa Ishtar. Los gobernantes que empleaban el determinativo divino delante de sus nombres corresponden al mismo período de los textos que mencionan las bodas de reyes y diosas. El carácter divino del soberano podría tener su fundamento en que sólo se divinizase a reyes a los que una diosa hubiese otorgado su amor.
En Egipto, se identificó al faraón con Ra, el dios solar, y una vez muerto, con Osiris, mientras que su sucesor era equiparado al dios Horus. En Mesopotamia, los nombres de algunos gobernantes llevaban un prefijo divino y durante el festival del Año Nuevo el rey representaba al dios en el ritual, especialmente en el matrimonio sagrado de unión con la diosa Ishtar. Los gobernantes que empleaban el determinativo divino delante de sus nombres corresponden al mismo período de los textos que mencionan las bodas de reyes y diosas. El carácter divino del soberano podría tener su fundamento en que sólo se divinizase a reyes a los que una diosa hubiese otorgado su amor.
Leyenda
del rey Sargón de Akkad. Copias
neoasirias y neobabilónicas:
“Sargón, el soberano potente, rey de Akkad (Agadé),
soy yo. Mi madre fue una variable, a mi padre no conocí. Los hermanos de mi
padre amaron las colinas. Mi ciudad es Azupiranu, situada en las orillas del
Éufrates. Mi variable (otra posible
traducción de la caracterización de la madre de Sargón es “gran sacerdotisa”) madre me concibió, en secreto me dio a luz.
Me puso en una cesta de juncos, con pez selló mi tapadera. Me lanzó al río, que
no se levantó sobre mí. El río me transportó y me llevó a Akki, el aguador.
Akki, el aguador, me sacó cuando hundía su pozal. Akki, el aguador, me aceptó
por hijo suyo y me crió. Akki, el aguador, me nombró su jardinero. Mientras era
jardinero, Ishtar me otorgó su amor, y durante cuatro y… años ejercí la
realeza.
El pueblo de los cabezas negras regí y goberné;
poderosos montes con azuelas de bronce conquisté, las tierras superiores
escalé, las tierras inferiores atravesé, las tierras del mar tres veces
recorrí.
Dilmun mi mano capturó, al gran Der subí yo… Cualquier
monarca que me suceda, rija, gobierne el pueblo de las cabezas negras;
conquiste poderosos montes con azuelas de bronce…”
(Fuente:
Pritchard. “La sabiduría del Antiguo
Oriente”. Págs. 100-101).
A
mediados del siglo XVIII a. de C., apareció la afirmación de que los dioses
supremos tenían propósitos morales. Esto puede verse en el prólogo del Código de Hammurabi:
“Entonces, Anu y Bel me llamaron a mí, Hammurabi, el
príncipe exaltado y temeroso de los dioses, para hacer que la honradez
prevaleciera en el país, para destruir al perverso y al malvado, para evitar
que los fuertes oprimieran a los débiles”.
(Fuente:
Carlos Cid. “Mitología oriental
ilustrada. Mesopotamia”. Pág. 153).
Con esto,
dejó claro que los mandatos del Código
eran voluntad de los dioses.
Se
suponía que Marduk y los demás dioses
protegían a los reyes, quienes eran el pálido reflejo de sus poderes en la
tierra.
Tras
realizar el compendio de sentencias ejemplares que se conoce como “Código de Hammurabi”, este rey de
Babilonia veló por su conservación, conjurando a sus sucesores con distintos
castigos si alteraban su sentido de la justicia. Formalmente se invocaba a los
dioses, para que cada uno, dentro del marco de sus competencias en el panteón,
actuase en pro de ese fin propuesto.
La suerte del Sustituto Real
Se
realizaba un rito especial que servía de modelo de combinación de ritos
sacramentales diversos, en un rito más complicado, con una finalidad
específica. Se conoce su vigencia a través de textos que van desde la dinastía
de Isin en el siglo XIX a. C., hasta
Alejandro Magno. Se trataba de prevenir una amenaza contra la seguridad del
rey, implantando un sustituto en su lugar que estaba destinado a la muerte tras
finalizar esa sustitución. Entraban en juego tres elementos:
Confianza en la eficacia de la adivinación: Todos los signos eran fundamentalmente valiosos, pero en especial los eclipses eran presagios de desgracia para reyes. Se desarrollaban arduas investigaciones adivinatorias que exigían un examen detallado de considerables presagios cotejados entre sí; y con la ciencia adivinatoria accesible, como ya se ha dicho, el presagio final era el resultante de una combinación de fuerzas dispares en el que la observación astrológica daba la señal de alarma. El porvenir era condicional, pues la decisión de los dioses era como la decisión de los jueces; el oráculo era un veredicto y, como consecuencia, también los dioses o jueces podían conmutar las sentencias. Los exorcismos, siguiendo con esa comparación, eran los procedimientos de petición de gracia a los dioses.
Doctrina de la substitución: Se partía de un razonamiento del exorcismo. El mal presente, prometido o predicho por la adivinación, se traspasaba a otro como una carga. El traspaso estaba en la base del funcionamiento de los exorcismos. Existía la necesidad de un lazo estrecho entre receptor y traspasado, por contacto o semejanza –enfermedades pasadas a figurillas de arcilla o a animales; en los casos más graves: el enfermo pasaba la noche en cama con una cabritilla virgen, y al día siguiente se les acostaba en una fosa y se les mataba, con cuchillo de madera al hombre, de metal a la cabra, que se llevaba los males. Se trataba el cadáver de la cabra como si fuese humano, con funerales y demás. En este caso, la identificación hombre/cabra se producía por contacto. No se trataba de una argucia, ya que se respetaba la decisión de los dioses, pero se les proporcionaba otro soporte donde ejercerla. Este tipo de creencia tenía aplicaciones en otros ámbitos de la vida social; así, se permitía recurrir a sustitutos para la esclavitud por deudas o para servir en el ejército.
La jerarquía política: Estaba en el orden de las cosas, como algo “normal”, que todos los súbditos se ofreciesen como víctimas para la salvación de su amo, substituyéndolo, con el fin de evitarle todo riesgo. Naturalmente estaban fuera de lugar las cuestiones sobre los límites de la razón de Estado o sobre temas de derechos individuales, etc., que son los propios de nuestra cultura.
Confianza en la eficacia de la adivinación: Todos los signos eran fundamentalmente valiosos, pero en especial los eclipses eran presagios de desgracia para reyes. Se desarrollaban arduas investigaciones adivinatorias que exigían un examen detallado de considerables presagios cotejados entre sí; y con la ciencia adivinatoria accesible, como ya se ha dicho, el presagio final era el resultante de una combinación de fuerzas dispares en el que la observación astrológica daba la señal de alarma. El porvenir era condicional, pues la decisión de los dioses era como la decisión de los jueces; el oráculo era un veredicto y, como consecuencia, también los dioses o jueces podían conmutar las sentencias. Los exorcismos, siguiendo con esa comparación, eran los procedimientos de petición de gracia a los dioses.
Doctrina de la substitución: Se partía de un razonamiento del exorcismo. El mal presente, prometido o predicho por la adivinación, se traspasaba a otro como una carga. El traspaso estaba en la base del funcionamiento de los exorcismos. Existía la necesidad de un lazo estrecho entre receptor y traspasado, por contacto o semejanza –enfermedades pasadas a figurillas de arcilla o a animales; en los casos más graves: el enfermo pasaba la noche en cama con una cabritilla virgen, y al día siguiente se les acostaba en una fosa y se les mataba, con cuchillo de madera al hombre, de metal a la cabra, que se llevaba los males. Se trataba el cadáver de la cabra como si fuese humano, con funerales y demás. En este caso, la identificación hombre/cabra se producía por contacto. No se trataba de una argucia, ya que se respetaba la decisión de los dioses, pero se les proporcionaba otro soporte donde ejercerla. Este tipo de creencia tenía aplicaciones en otros ámbitos de la vida social; así, se permitía recurrir a sustitutos para la esclavitud por deudas o para servir en el ejército.
La jerarquía política: Estaba en el orden de las cosas, como algo “normal”, que todos los súbditos se ofreciesen como víctimas para la salvación de su amo, substituyéndolo, con el fin de evitarle todo riesgo. Naturalmente estaban fuera de lugar las cuestiones sobre los límites de la razón de Estado o sobre temas de derechos individuales, etc., que son los propios de nuestra cultura.
Partiendo
de estos antecedentes, cuando los presagios científicamente analizados
establecían por encima de toda duda la próxima muerte del rey o su heredero
(importancia especial del eclipse de luna: se llevaban a cabo estudios
complejos y se tomaba una decisión según el resultado y el lugar), se buscaba
de forma inmediata a un sustituto.
Éste era
elegido por el consejo “sacro-político” del rey. Se trataba de un miserable al
que ocasionalmente se le “promocionaba” y pasaba a ocupar el lugar del rey tan
pronto como aparecía el eclipse, durante 100 días. El soberano reemplazado no
se mostraba en público y se purificaba el palacio antes de hacerlo; no
obstante, seguía con las tareas de gobierno habituales. Mientras, el sustituto
ocupaba los elementos simbólicos o de estatus de la realeza, trono, vestidos,
cetro, se le notificaban malos presagios que se le “pegaban”, y se le
proporcionaba una “reina” que compartiría su suerte hasta el final. El
sustituto era un simple pararrayos, pues no ejercía el poder en absoluto. Al
final del proceso, se mataba al sustituto y a su reina, y se producía la vuelta
a la normalidad con complicados ritos de purificación. En definitiva, se
trataba de una institución político-religiosa bien asentada. No había sombra de
mala conciencia por la muerte inocente, sino que más bien se expresaba el
alivio, porque el peligro ya había pasado por el reino y se habían librado con
éxito.
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