jueves, 27 de julio de 2017

MISTERIO DEL ORIGEN DIVINO DE LA REALEZA

Foto: Alberto Restifo

Para los mesopotámicos la realeza venía del cielo, era de origen divino. El rey será la figura favorita de los dioses, hasta el punto que los reyes tomarán uno de los atributos de los dioses, los cuernos. Los patesi, como luego harían los emperadores asirios, gobernaban por la gracia de los dioses y en nombre de ellos.

En Egipto, se identificó al faraón con Ra, el dios solar, y una vez muerto, con Osiris, mientras que su sucesor era equiparado al dios Horus. En Mesopotamia, los nombres de algunos gobernantes llevaban un prefijo divino y durante el festival del Año Nuevo el rey representaba al dios en el ritual, especialmente en el matrimonio sagrado de unión con la diosa Ishtar. Los gobernantes que empleaban el determinativo divino delante de sus nombres corresponden al mismo período de los textos que mencionan las bodas de reyes y diosas. El carácter divino del soberano podría tener su fundamento en que sólo se divinizase a reyes a los que una diosa hubiese otorgado su amor.

Leyenda del rey Sargón de Akkad. Copias neoasirias y neobabilónicas:
“Sargón, el soberano potente, rey de Akkad (Agadé), soy yo. Mi madre fue una variable, a mi padre no conocí. Los hermanos de mi padre amaron las colinas. Mi ciudad es Azupiranu, situada en las orillas del Éufrates. Mi variable (otra posible traducción de la caracterización de la madre de Sargón es “gran sacerdotisa”) madre me concibió, en secreto me dio a luz. Me puso en una cesta de juncos, con pez selló mi tapadera. Me lanzó al río, que no se levantó sobre mí. El río me transportó y me llevó a Akki, el aguador. Akki, el aguador, me sacó cuando hundía su pozal. Akki, el aguador, me aceptó por hijo suyo y me crió. Akki, el aguador, me nombró su jardinero. Mientras era jardinero, Ishtar me otorgó su amor, y durante cuatro y… años ejercí la realeza.
El pueblo de los cabezas negras regí y goberné; poderosos montes con azuelas de bronce conquisté, las tierras superiores escalé, las tierras inferiores atravesé, las tierras del mar tres veces recorrí.
Dilmun mi mano capturó, al gran Der subí yo… Cualquier monarca que me suceda, rija, gobierne el pueblo de las cabezas negras; conquiste poderosos montes con azuelas de bronce…”
(Fuente: Pritchard. “La sabiduría del Antiguo Oriente”. Págs. 100-101).

A mediados del siglo XVIII a. de C., apareció la afirmación de que los dioses supremos tenían propósitos morales. Esto puede verse en el prólogo del Código de Hammurabi
“Entonces, Anu y Bel me llamaron a mí, Hammurabi, el príncipe exaltado y temeroso de los dioses, para hacer que la honradez prevaleciera en el país, para destruir al perverso y al malvado, para evitar que los fuertes oprimieran a los débiles”.
(Fuente: Carlos Cid. “Mitología oriental ilustrada. Mesopotamia”. Pág. 153).

Con esto, dejó claro que los mandatos del Código eran voluntad de los dioses.
Se suponía que Marduk y los demás dioses protegían a los reyes, quienes eran el pálido reflejo de sus poderes en la tierra. 

Tras realizar el compendio de sentencias ejemplares que se conoce como “Código de Hammurabi”, este rey de Babilonia veló por su conservación, conjurando a sus sucesores con distintos castigos si alteraban su sentido de la justicia. Formalmente se invocaba a los dioses, para que cada uno, dentro del marco de sus competencias en el panteón, actuase en pro de ese fin propuesto.


La suerte del Sustituto Real


Se realizaba un rito especial que servía de modelo de combinación de ritos sacramentales diversos, en un rito más complicado, con una finalidad específica. Se conoce su vigencia a través de textos que van desde la dinastía de Isin en el siglo XIX a. C., hasta Alejandro Magno. Se trataba de prevenir una amenaza contra la seguridad del rey, implantando un sustituto en su lugar que estaba destinado a la muerte tras finalizar esa sustitución. Entraban en juego tres elementos:

Confianza en la eficacia de la adivinación: Todos los signos eran fundamentalmente valiosos, pero en especial los eclipses eran presagios de desgracia para reyes. Se desarrollaban arduas investigaciones adivinatorias que exigían un examen detallado de considerables presagios cotejados entre sí; y con la ciencia adivinatoria accesible, como ya se ha dicho, el presagio final era el resultante de una combinación de fuerzas dispares en el que la observación astrológica daba la señal de alarma. El porvenir era condicional, pues la decisión de los dioses era como la decisión de los jueces; el oráculo era un veredicto y, como consecuencia, también los dioses o jueces podían conmutar las sentencias. Los exorcismos, siguiendo con esa comparación, eran los procedimientos de petición de gracia a los dioses.

Doctrina de la substitución: Se partía de un razonamiento del exorcismo. El mal presente, prometido o predicho por la adivinación, se traspasaba a otro como una carga. El traspaso estaba en la base del funcionamiento de los exorcismos. Existía la necesidad de un lazo estrecho entre receptor y traspasado, por contacto o semejanza –enfermedades pasadas a figurillas de arcilla o a animales; en los casos más graves: el enfermo pasaba la noche en cama con una cabritilla virgen, y al día siguiente se les acostaba en una fosa y se les mataba, con cuchillo de madera al hombre, de metal a la cabra, que se llevaba los males. Se trataba el cadáver de la cabra como si fuese humano, con funerales y demás. En este caso, la identificación hombre/cabra se producía por contacto. No se trataba de una argucia, ya que se respetaba la decisión de los dioses, pero se les proporcionaba otro soporte donde ejercerla. Este tipo de creencia tenía aplicaciones en otros ámbitos de la vida social; así, se permitía recurrir a sustitutos para la esclavitud por deudas o para servir en el ejército.

La jerarquía política: Estaba en el orden de las cosas, como algo “normal”, que todos los súbditos se ofreciesen como víctimas para la salvación de su amo, substituyéndolo, con el fin de evitarle todo riesgo. Naturalmente estaban fuera de lugar las cuestiones sobre los límites de la razón de Estado o sobre temas de derechos individuales, etc., que son los propios de nuestra cultura.

Partiendo de estos antecedentes, cuando los presagios científicamente analizados establecían por encima de toda duda la próxima muerte del rey o su heredero (importancia especial del eclipse de luna: se llevaban a cabo estudios complejos y se tomaba una decisión según el resultado y el lugar), se buscaba de forma inmediata a un sustituto.
Éste era elegido por el consejo “sacro-político” del rey. Se trataba de un miserable al que ocasionalmente se le “promocionaba” y pasaba a ocupar el lugar del rey tan pronto como aparecía el eclipse, durante 100 días. El soberano reemplazado no se mostraba en público y se purificaba el palacio antes de hacerlo; no obstante, seguía con las tareas de gobierno habituales. Mientras, el sustituto ocupaba los elementos simbólicos o de estatus de la realeza, trono, vestidos, cetro, se le notificaban malos presagios que se le “pegaban”, y se le proporcionaba una “reina” que compartiría su suerte hasta el final. El sustituto era un simple pararrayos, pues no ejercía el poder en absoluto. Al final del proceso, se mataba al sustituto y a su reina, y se producía la vuelta a la normalidad con complicados ritos de purificación. En definitiva, se trataba de una institución político-religiosa bien asentada. No había sombra de mala conciencia por la muerte inocente, sino que más bien se expresaba el alivio, porque el peligro ya había pasado por el reino y se habían librado con éxito.

jueves, 20 de julio de 2017

MISTERIOS DE LA COSMOGONÍA MESOPOTÁMICA

Corazón de Orión

Se desconocen las concepciones cosmogónicas vigentes en el tercer milenio. Los mitos y la literatura explican los nacimientos de los dioses, los mecanismos de prosperidad del país, como el origen de las plantas, los utensilios o técnicas; pero no el cómo y el por qué del cosmos. Sin embargo, textos de esta naturaleza aparecen con varias versiones en el segundo milenio. Textos tardíos, como las famosas tablillas de la biblioteca del rey asirio Assurbanipal (siglo VII a. C.), recogen una tradición sumeria muchos siglos anterior. La redacción relativamente moderna del Poema de la Creación aparece también en el cántico de la fiesta del Año Nuevo en Babilonia, basado a su vez en varias versiones más antiguas e incluso divergentes. Otra versión considera al dios Gilimma como creador del mundo, utilizando un haz de cañas al que echó tierra encima, lo que recuerda el método de los primeros colonizadores sumerios para transformar en tierras cultivables los pantanos de su país. También existe otro escrito fragmentario en el que colaboran Ea y la diosa Aruru en la creación del hombre, pronunciando encantamientos sobre un pedazo de arcilla. 

Estas versiones fueron reemplazadas en Babilonia por la redacción clásica más conocida y principal: El llamado Enuma Elish, o Poema de la Creación. Aunque esta designación es incorrecta, ya que su propósito no fue el procedimiento teogónico, cosmogónico o antropogónico, aunque acometa esos tres temas. En síntesis, depende muy directamente de toda una extensa práctica de mitos primordialmente orales y también escritos. Para los babilonios este mito era al mismo tiempo un rito, una alabanza, un himno, una oración, drama litúrgico, una obra hermética y un compendio de astronomía.
La finalidad de este texto era adoctrinar al pueblo en la grandeza del dios Marduk.
Enuma Elish describe la creación del mundo. La primera tablilla del Poema retrata un universo en expansión, atiborrado de monstruos multiformes, desgarrado por fuerzas contrarias; pero Marduk va a estabilizar, ordenar y armonizar ese caos.
Las palabras que lo inician  “Cuando allá arriba…” dan título al poema. Es más un himno a la preeminencia de Marduk, que una verdadera cosmogonía y es una obra maestra de teología babilónica sobre el origen del mundo que se recitaba en las grandes fiestas. Se afirmaba que Marduk era el creador del mundo y de la humanidad y por ello debía ser proclamado dios supremo.
Se relata el combate entre dos grupos de entidades. Las más antiguas, encabezadas por Tiamat, Apsu, Mummu y otros seres, contra el segundo grupo, formado por los dioses jóvenes. Es decir, se trata de una batalla de los antiguos dioses, contra los nuevos dioses, con la victoria de estos últimos.
El Enuma Elish es la transformación de todo un repertorio de mitos y tradiciones mitológicas preexistentes, que los autores readaptaron para formar este texto.
Se distinguen las fases siguientes:

Al principio, no existían el cielo ni la tierra. Sólo había un caos acuoso formado por la pareja divina original: Apsu (el abismo de agua dulce) y Tiamat (el océano de agua salada). También estaba Mummu (las nubes y la niebla). No había islas ni pantanos, ni habían nacido todavía los dioses. Apsu y Tiamat son principios caóticos, superiores y todopoderosos, y de ellos surgieron todos los seres que existen, empezando por los dioses.

Aparecieron dos nuevas parejas con los dioses Anu y Ea, creadas “a su imagen”.

Ea suprimió a Apsu, que quería aniquilar su descendencia y engendró a Marduk.

Revuelta de Tiamat (con ayuda de su segundo marido Kingu) contra su progenie, para vengar a Apsu. Produjo diversos monstruos.

Ea renunció a la lucha, pero Marduk aceptó el reto y  dijo que reclamaría el poder supremo si vencía.

Tuvo  lugar una batalla en la que Marduk venció y con el cuerpo despedazado de Tiamat formó el Universo. La mitad es el cielo, la otra mitad la Tierra. Situó los astros en la bóveda celeste (organizando el calendario, estableciendo sobre todo las fases de la luna), creó al hombre sobre la tierra y ordenó el mundo de los dioses.

Letanía comentada de cincuenta nombres de Marduk. Títulos, atributos de la divinidad. Tomada de varias fuentes. 

“La luz del padre que le ha engendrado, el renovador de los dioses, el señor de la encarnación pura, el que resucita a los muertos, el que conoce el corazón de los dioses, el guardián de la justicia y del derecho, el creador de todas las cosas (como el Dios bíblico), el primero de la totalidad de los dioses, el señor de los reyes, el pastor de los dioses…”.
A Marduk se le atribuyó el origen de todas las cosas, al igual que al dios egipcio Atón, promocionado por el faraón Akhenatón
“Creó las bestias del campo y cuanto alienta en la llanura, creó el río Idiglat (Tigris) y el río Purattu (Éufrates), y los colocó en su sitio, y proclamó sus nombres de buen agüero. Creó la hierba, las cañas de los pantanos, los juncos y los arbustos…”

En el Poema de la Creación se explica la constitución del cosmos a partir del ordenamiento de una materia previamente caótica. Se revela más interés por el devenir, que por el origen: los dioses no difieren de las cosas naturales, están incluidos en el Universo, es decir, son inmanentes al Universo.
Según explica Bottéro, las antiguas gentes de Mesopotamia, se imaginaban al universo como una especie de esfera hueca, cuyo fragmento superior, resplandeciente, constituía el “Arriba” o cielo, y el fragmento inferior, oscuro, el “Abajo” o infierno. Pero esta esfera estaba cortada diametralmente por una especie de isla central que era la Tierra, bajo  la cual estaba el Apsu, capa de agua dulce, rodeada por el agua salada del mar. En los dos extremos oriental y occidental, se habían imaginado altas montañas para sostener la bóveda celeste, y dos orificios que aseguraban el libre paso del espacio de “Arriba”, al espacio de “Abajo” y viceversa. El sol salía por el orificio de oriente por la mañana, realizaba su trayectoria diurna en el cielo, y regresaba a occidente para un recorrido inverso, que le llevaba de alborada, a su punto de partida. El orificio occidental se pensaba que estaba precedido de un espacio acuoso llamado “Río Infernal”.

Según los textos, en la parte alta de “Arriba”, en el “Cielo superior”, reinaba Anu. Después había otro “intermedio”, sede de Marduk, rodeado de “dioses celestes”, los Igigi. Seguidamente había un “Cielo inferior”, en el que se encontraban los astros y constelaciones, imágenes y reflejos de los dioses. 
En orden descendente, había una “tierra firme superior”, en la que se hallaban “encerrados” los hombres, que los textos catalogan de “evanescentes”, para subrayar su mortalidad natural. El nivel inferior, sería “la tierra firme intermedia”, el Apsu y la residencia de Ea, y abajo del todo, “la tierra firme inferior”, lugar de los Anunnaki, los dioses infernales (tras su caída), y según la tradición popular, zona de reunión de los “fantasmas” humanos tras la muerte.

jueves, 13 de julio de 2017

EN MEMORIA DE LA DIOSA INANNA


El zigurat del templo de Inanna fue construido por UrNammu (2112 a 2095 a. C.). Originalmente contaba con una escalinata triple y tenía unos 55 m. de ancho. Los restos se componen de ladrillos de adobe y todavía se pueden ver capas de junco y estera entre las hileras de ladrillos.


Inanna es una diosa guerrera de la que los himnos magnifican la valentía y el ardor en el estrépito de los combates.
Era también la Señora que favorecía la perpetuación y la expansión de la vida y de la fertilidad. Pero no hay motivo para pensar que bajo ese último aspecto haya podido ser una especie de cortesana celeste que no dan a conocer más que los textos akkadios en los que se asimila a Inanna a la diosa semítica Ishtar, cuyas aventuras amorosas son bien conocidas.
La diosa Inanna se halla asociada al dios Dumu-zid. (El descenso de Inanna a la tierra de los difuntos).
Fuerza de Vida plena por excelencia y diosa de la luz, Inanna se opone a la vida larvaria y a las tinieblas inferiores y confiere, mediante su paso por el estado de muerte, algo de su naturaleza al dios Dumu-zid para que éste pueda ser no sólo un dios que muere, sino también un dios que renace”.

Raymond Jestin. Historia de las religiones. “Las religiones antiguas” Volumen I. Pág. 260. (Ed. Siglo veintinuno)

La Divinidad tiene dos aspectos, el femenino y el masculino.
El aspecto masculino de la divinidad es el Dios Padre. Pero he aquí que el dios masculino es secundario, porque la fuerza masculina es pasiva, ya que sólo se limita a fecundar. 
En cambio, la fuerza femenina, la Diosa Madre, es activa, ya que es la encargada de engendrar y gestar la materia que da lugar a los mundos y universos. Sin la fuerza o energía femenina, no existiría nada. Es la fuerza principal que rige el Cosmos. Si bien es cierto que necesita al dios para que la fecunde, el papel de él es el de un simple subalterno.

La gran Diosa se manifiesta en toda la naturaleza. Ahí está su presencia Divina. Es la Madre Universal, fuente de toda Vida. Es la matriz cósmica que origina la forma en todo el Cosmos y mantiene la Vida en perfecto equilibrio.

Al principio, en nuestra Tierra existía el matriarcado, del que se han conservado estatuillas que representan a la Gran Diosa, generalmente desnuda, con rasgos muy marcados, sentada, de pie o tendida, a veces en cuclillas, abrazando a un personaje masculino representado a escala mucho más pequeña: el joven dios, su amante.

Los rasgos que se perpetuaron a lo largo de todas las representaciones culturales son los animales salvajes asociados a la gran diosa; el joven dios que ella estrecha entre sus brazos; y el dios barbudo asociado al toro, que ha permanecido como una de las figuras más típicamente representativas de las religiones anatólicas. Estos cultos naturalistas tenían como objeto asegurar perennemente la fertilidad de la naturaleza.
La fuerza masculina se representa como un dios cornudo (asociado al ciervo de los bosques) y la fuerza femenina, como una diosa desnuda (asociada a la fertilidad y a la creación).

En el matriarcado las fuerzas de la naturaleza estaban en equilibrio y el planeta en armonía energética.
La Gran Señora personificada repleta de sabiduría, Virgen y Santa son  calificativos que describen en los primeros textos escritos a Inanna. Ella era la regente de este planeta. Y sus sacerdotisas, Guardianas del Conocimiento.



Impresión de sello cilíndrico de nefrita del período Acadio (hacia 2200 a. C.) que muestra al dios Ea con su visir Usmu de dos caras. Frente a él el dios del sol Shamash surge entre las montañas con Inanna/Ishtar a su izquierda.

Sin embargo, Inanna diosa del cielo y de la Tierra, perdió el poder y murió asesinada. Porque los dioses también pueden morir, aunque después resuciten. Y es que algo pasó en el pasado remoto. Hubo una injerencia y en las mentes de las tribus indoeuropeas se introdujo la idea de un dios patriarcal, misógino, tremendamente agresivo, dominante y avasallador. Iniciaron su expansión con estos ideales y arrasaron en su camino con el matriarcado. Las sacerdotisas de Inanna fueron torturadas, drogadas y prostituidas, inventándose la prostitución sagrada, que las siguientes generaciones acogieron como algo normal, cerrándose la era del conocimiento ancestral.

 Pintura de Alma-Tadema. 1887

Desde entonces las energías planetarias se trastocaron, creando una realidad ilusoria y manipulada, en la que tanto hombres como mujeres no saben cual es su papel en el gran entramado cósmico, estas últimas debido a que se las viene subyugando desde antaño. 

Tras su muerte, a Inanna se la calumnió y difamó, desprestigiándola, hasta convertirla en una caprichosa y voluptuosa cortesana. Nada que ver con quien ella es. Y digo “es”, porque la memoria de Inanna sigue viva, su energía pura no ha podido ser destruida y está esperando su momento para entrar en acción y volver a hacer de la Tierra un lugar de paz y sabiduría, en armonía y conexión con la Naturaleza y la totalidad del  Cosmos.