jueves, 22 de junio de 2017

DIOSES MESOPOTÁMICOS Y SUS MISTERIOS 2



En anteriores artículos os hablé de los dioses Anunnaki y también sobre los principales dioses mesopotámicos y ahora continuaremos hablando del resto de los dioses del panteón.

LA TRÍADA MENOR: SIN, SHAMASH Y ADAD

SIN

Se trata de la Luna, en sumerio “Nanna”. Centro de culto en Ur. Se le considera hijo de Enlil. Las fases de la luna tenían gran importancia. Como Señor del calendario fijaba los días, meses y años. También era el dios de la vegetación y la fecundidad del ganado. Su número sagrado era el 30 y su emblema la luna creciente. Su animal sagrado parece ser el toro alado. Su esposa era Ningal, madre del Sol.


Como narra Carlos Cid en  su libro Mitología oriental ilustrada. Mesopotamia,  los eclipses lunares eran señales de mal agüero, por lo que para explicarlos surgió el siguiente mito:


Enlil encargó a Sin, Shamash y a Inanna la gestión de los ciclos lunares, pero los demonios se arrojaron hacia el dios de la Luna y, al rodearlo, causaron un eclipse que entristeció a los dioses. Enlil advirtió los aprietos de Sin y envió a su mensajero Nusku para que informara a Enki/Ea, maestro de las artes mágicas. Cuando Enki/Ea escuchó aquello en el océano, su boca se llenó de lamentos, se mordió el labio y envió a Marduk a ver lo que sucedía. Marduk volvió, informó a Enki/Ea y le pidió consejo; Enki/Ea le explicó los procedimientos mágicos efectivos para remediar la situación. Algo corriente en los encantamientos era la identificación del sacerdote con Enki/Ea, de forma que sus palabras y acciones eran simbólicamente las del propio dios.


De modo que el mito formaba parte del encantamiento y del ritual que le acompañaba, con cuyo poder se rescataba al dios de la Luna prisionero, finalizando así el eclipse. Gracias a esta ayuda, Sin pudo seguir regulando el tiempo y haciendo que el infortunio atormentase en sus últimos días a los soberanos deshonestos.


Se decía de él: “El único grande en la Tierra y en el Cielo”,"tiene en sus manos la vida del universo", “la Gloria de su divinidad es más elevada que el Cielo, más inmensa que el mar”.


SHAMASH


El sol, en sumerio “Uta” o “Utu”. Hijo de Sin. Dios de la guerra para los sumerios. Dispensaba la luz, daba y conservaba la vida para los semitas. Aclaraba las causas de las acciones humanas y las revelaba. Era juez supremo y vengador del mal, cuyos hijos Kittu y Mesharu eran la justicia y el derecho. Se pretendía que dictó las leyes personalmente a Ur-Engur y a Hammurabi. En la estela del Código de Hammurabi hay un relieve en que Shamash dicta las leyes al rey. Era adorado por toda clase de gentes y su función especial consistía en mantener la verdad y la justicia en la vida social. Se le simbolizaba con un disco con una estrella de cuatro puntas inscrita entre llameantes y curvilíneos rayos solares. En los sellos babilónicos aparecía muchas veces surgiendo de una montaña con los hombros rodeados de rayos; se creía que por la noche descendía más allá de los montes para atravesar el Infierno, a pie o montado en un carro arrastrado por mulas de fuego. Su número sagrado era el 20. En Asiria su símbolo parece coincidir con el de la realeza, que era un disco alado, parecido al del dios Atón de Egipto. Lugares de culto en Sippar y Larsa.


Se decía de él: “Su esplendor envuelve la Tierra como una red”, “con su brillo maravilloso, como un inmenso resplandor, ilumina el mundo”, “su gloria cubre las más lejanas montañas”, “desde el cielo, sostiene sin ayuda todos los países”, “cuida de todos los habitantes de la tierra”, “ no hay un dios tan activo como Él, ni tan sublime”.


“¡Oh Shamash, rey del cielo y de la tierra, guía de lo que está en lo alto y en lo bajo”! ¡Oh Shamash, en tus manos está el hacer revivir a los muertos y la libertad de los presos! Incorruptible juez, guía de los hombres, excelso vástago del señor de Levante espléndido, omnipotente y noble, luz de las religiones, creador de todo lo que hay en el cielo y en la tierra, ese eres tú, ¡oh Shamash!”.


(Fuente: Carlos Cid. Mitología oriental ilustrada. Mesopotamia. Pág. 214).


ADAD


“Señor de las tormentas”; (origen entre los semitas del Oeste). Importado por los amorreos (asimilado con el sumerio Ishkar). En el Antiguo Testamento se le llamó Rimmón. Era poco importante para los sumerios, pero mucho para los asirios. Regía la tempestad, tormentas y meteoros. Era temible, pero como dios de la lluvia ayudaba al crecimiento de las cosechas. Se le consideraba hijo de Sin. Como dios de las tormentas, Adad fue el autor del Diluvio. Su número sagrado era el 6 y su símbolo el rayo; se le representaba con un rayo en la mano derecha y un hacha en la izquierda. Su animal sagrado también era el toro, símbolo muy extendido por todo el Oriente Medio en la antigüedad.


INANNA-ISHTAR



Ornamento de marfil de estilo fenicio, hallado en Kalhu, en el que una mujer sostiene unos leones y flores de loto. Las diosas desnudas suelen identificarse con la diosa del amor y de la guerra, que los sumerios llamaban Inanna, los acadios Ishtar y en el Levante, Astarté.

Única diosa importante del panteón mesopotámico, ya que acabó absorbiendo a casi todas las divinidades femeninas, por lo que su personalidad resulta muy compleja, puesto que resulta del sincretismo de muchas divinidades femeninas secundarias.

En la astrología babilónica se le atribuía el planeta Dilbat (Venus) y la estrella del Arquero o Sirio. Ashtarte (Astarté) para los semitas del Oeste. Podría haber sido un dios de los árabes del sur: “Athar”. No se sabe si fue primero dios o diosa. La dimensión belicosa de sus atributos era original. Su aspecto voluptuoso provenía de su fusión con la diosa sumeria Inanna “Dama del cielo”. Era la compañera de Anu en Uruk y diosa del amor. Reunía tres aspectos:

Venus vespertino, hija de Anu, patrona del Amor.
Venus matutina, hija de Sin, patrona de la guerra.
Mujer por excelencia y cortesana celeste debido a contaminaciones posteriores que nada tenían que ver con la deidad original. Sincretizada con otras diosas cuyos nombres pasaron a convertirse en apelativos de Ishtar



En el fondo, era el principio vital y fecundante de la naturaleza, con aspectos sobrecogedores y destructores. Adad o Tammuz era su pareja. El gran mito que ambos protagonizaron resumía el drama de la existencia, basado en la sucesión de las estaciones y la evolución de las plantas. Fue tanta su importancia, que con variantes de nombres y circunstancias, lo hallamos en todos los pueblos del Próximo Oriente, llegando a Grecia, pasando después a Roma, y encubierto, perdurando en la Edad Media Occidental.



La Gran Diosa Madre se relacionaba con el nacimiento de los niños, y bajo la forma de Aruru, colaboró con Enki/Ea en la creación de la humanidad. De este personaje primigenio y prehistórico, apenas personalizado, que pasó por varias etapas protohistóricas con diferentes nombres, derivará la deidad femenina, cuya forma original de su nombre en sumerio era Inanna, “Virgen y Santa”, y que fue llamada por los babilonios y asirios Ishtar que significa la “Benévola”. Como Astarté, Anat, Ashtoret y otros nombres se extendió a Fenicia, Siria, Palestina, Arabia y otros territorios, siendo la antepasada de la Afrodita griega y de la Venus romana.


Era hermana de Shamash el Sol, dios de la luz, y de Ereshkigal, divinidad de los Infiernos. Presidía las relaciones amorosas, ya que por una parte era la diosa del amor y de la procreación. La Ishtar sumeria hija de Anu o la Inanna de Erek, era una versión de la antigua diosa de la fecundidad, venerada también por los acadios y los elamitas.

Como explica el profesor Carlos Cid, este origen explica sus representaciones como mujer desnuda, de formas exuberantes, y por ello se hallaban en su templo las hieródulas, pues la prostitución era la base principal de su culto, hasta el punto de que se la llamaba la Cortesana del Cielo, y Erek se conocía por “la ciudad de las meretrices sagradas”. Por otra parte, era diosa de la guerra, fundamentalmente en Asiria, apareciendo en los sellos armada con arco y carcaj. Viajaba en carro de combate, arrastrado por 7 leones y en los textos se le agradecían sanguinarias victorias militares, como diosa de los ejércitos.

Su número sagrado era el 15, y su símbolo una estrella de 8 ó 16 puntas. Su emblema era una paloma blanca y era habitual que junto a ella se encontrase un león, su animal sagrado, aunque en la Puerta de Ishtar, en Babilonia se encontraba al lado de un mushrussu o dragón. Inanna se hallaba en la raíz de todos los cantos de amor de Mesopotamia, porque ella era el Amor. Su culto tuvo una magnitud relevante en Babilonia, donde la diosa era una bella mujer, sensual, irresistible, insaciable, lasciva, y provocadora de verdaderas exaltaciones eróticas; también era casi siempre cruel con sus amantes, rasgo que simbolizaba las desastrosas consecuencias del erotismo desenfrenado.

Era tanta la importancia de esta diosa, que se decía de ella: “Reina todopoderosa, de nombre sublime”, “lámpara del Cielo y de la Tierra”, los dioses más grandes realzaron su soberanía… y elevaron su trono”, “la mención de su nombre basta para que se estremezcan el Cielo y la Tierra y hace temblar a los grandes Anunnaki”, “sólo Ella es magnífica, sólo Ella es soberana”.
 

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