Foto: Alberto Restifo
Las
condiciones naturales de la antigua Mesopotamia contribuyeron mucho a la
formación de la historia del Diluvio. Todos los años, cuando las inundaciones
amenazaban de nuevo con el caos acuático primigenio, era irremediable que los
dioses reemprendieran la batalla primordial por la que conquistaron el mundo
por primera vez. Así, en el rito religioso, el rey se identificaba con un dios,
transformándose en Enlil, Marduk o Assur, y como dios luchaba contra las
fuerzas del Caos. Hacia el final de la cultura mesopotámica, pocos siglos antes
de nuestra Era, el rey de Babilonia se identificaba todos los años con Marduk y vencía a Kingu, jefe de las huestes de Tiamat,
quemando un cordero en el que se encarnaba dicha deidad. En estas fiestas, que
eran eventos nacionales, el hombre ayudaba a la naturaleza a conservar el orden
cósmico. Gracias a las ceremonias, el rey cooperaba en la resurrección de la
naturaleza en primavera, vencía en la guerra cósmica contra el Caos y año tras
año hacía resurgir de él un mundo ordenado.
En la
mitología mesopotámica se imaginaba a los hombres como servidores de los
dioses, puesto que el sentido de culto de estos pueblos nacía del precepto de
que el hombre había sido creado para dullu,
es decir, servir a los dioses, ya que a las divinidades les gustaba comer y
beber, el baile y la música, necesitaban dormir, había que lavarlas, vestirlas
y perfumarlas (signo de su antropomorfismo). Creían que las estatuas de los
dioses tenían vida, por lo que el servicio diario del templo se ocupaba de
ellos, manteniendo la ficción de que los dioses comían y bebían los manjares
ofrecidos. Y cuando los dioses estaban bien servidos, se les podían dirigir
oraciones.
Como en
Egipto, desde el nacimiento hasta la muerte, toda la vida de estas
civilizaciones se regía por las prácticas religiosas. Siempre estaban haciendo
rituales. Los hombres eran súbditos, y la vida humana solo tenía sentido así,
con el servicio al rey y a su casa. Era la misma ideología que sustentaba la
religión y el poder político.
Los
mesopotámicos eran muy supersticiosos y la magia, la adivinación y los
exorcismos ejercían una influencia total en su vida, rigiendo sus conductas.
Fueron insignes expertos en astrología, conocían planetas, estaban al tanto de
los movimientos, observaban las constelaciones y crearon el horóscopo.
Pese a
todo, los dioses no habían creado a los hombres para perdurar. Y de nada
sirvieron los grandes esfuerzos realizados por Gilgamesh para triunfar sobre la muerte. Sin embargo, la muerte no
era La Nada, noción demasiado cerrada para ellos. Concebían el Más Allá y el
Infierno, según el modelo del mundo presente, es decir, como grandes ciudades
con sus respectivos gobernantes.
Es
indudable que Mesopotamia irradió una influencia fundamental a su alrededor y
también, con el paso del tiempo, fue readaptando sus viejos mitos. Como bien
explica Bottéro, en la época del Imperio griego, Beroso, contemporáneo de Alejandro
Magno y sacerdote del dios Marduk
en Babilonia, redactó en griego las creencias y tradiciones de sus
conciudadanos, sustituyendo en el relato del Diluvio el nombre del antiguo dios
natural de los hombres, Enlil, por Kronos (como ya hiciera Heródoto, I, 181, en el s. V a. C.), y nombrando a Zeus como el equivalente de Marduk.
Inanna transformada en Ishtar que nada tenía que ver con la diosa original, acabaría convirtiéndose en la Afrodita griega y posteriormente en la Venus romana. Anu, Enlil y Enki/Ea
parecieron desvanecerse y otros dioses como Nergal
o Nabu entraron a formar parte de los
textos gnósticos.
Los
poetas griegos bebieron de las fuentes orientales y en la mitología griega el
reparto del mundo entre Zeus y sus hermanos derivará de la historia de Atrahasîs, el Supersabio acadio.
En la
antigua religión mesopotámica se hallan las raíces de los grandes mitos que,
cambiando de vestiduras para amoldarse a las distintas culturas, nos han
acompañado a lo largo de nuestra historia como humanidad y que ya nos resultan
familiares.
Si hay un
animal trascendente en todas las culturas de la antigüedad de manera universal,
ese es el toro, símbolo de la potencia fecundante, el poder y la vitalidad.
Asociado por sus cuernos a la luna creciente y sus influjos, lo encontramos en
el antiguo Egipto como el toro egipcio Apis, en la antigua Creta y sus danzas
taurinas, y en la figura mítica del Minotauro; asimismo lo hallamos en el culto
a Mitra, así como en las culturas itálicas e ibéricas y el mundo celta. La
adoración del Toro Sagrado era común y muy importante en el universo simbólico
de todas las culturas del mundo antiguo desde la protohistoria. De hecho, a los
principales dioses de la antigua Mesopotamia se les identificaba con un toro o
buey.
En la
antigüedad encontramos referencias significativas relacionadas con reptiles en
“la serpiente primordial o serpiente del paraíso (llamada por los gnósticos
“serpiente del conocimiento”); en el "dragón del Caos" contra el que
luchaban los dioses sumerios, que pudo derivar en la lucha del arcángel San
Miguel contra el demonio, representado casi siempre como un reptil, imagen que
dio paso a la representación de San Jorge y el dragón; en las diversas
leyendas y mitos de dragones de las distintas culturas del mundo, tanto
orientales como nórdicas; y en el dios Quetzacoatl de la cultura mesoamericana,
llamado “la serpiente emplumada”.
De los
antiguos textos se deduce que es cierto que hubo una injerencia en el pasado
por parte de unos seres que nos utilizaron en beneficio propio. Pero el tema es
muy complejo y no se puede simplificar. La Tierra en el pasado fue visitada por
diversos seres de distinta procedencia, diferente naturaleza y desiguales
intenciones, que dieron origen a los mitos que al principio fueron pasando de
boca en boca hasta que al final se pusieron por escrito, amalgamándose, amoldándose a distintos pueblos y sufriendo
diversas modificaciones a lo largo de la historia. También hay que tener en
cuenta que tanto las antiguas tablillas de arcilla, los papiros, pergaminos o
los libros sagrados fueron escritos por seres humanos hijos de su época y han
podido ser malinterpretados y tergiversados a propósito o no, e incluso
modificados e inventados con una finalidad política por parte de antiguos
monarcas para legitimar su poder y afianzarse en él, diciéndole al pueblo que
reinaban “por la gracia de los dioses” o “por la gracia de Dios” ya en el
monoteísmo.
Para los
mesopotámicos, la realeza venía del cielo, era de origen divino. El rey será la
figura favorita de los dioses, hasta el punto que los reyes tomarán uno de los
atributos de los dioses, los cuernos. Los patesi,
como luego harían los emperadores asirios, gobernaban por la gracia de los
dioses y en nombre de ellos.
En
Egipto, se identificó al faraón con Ra (Re), el dios solar y, una vez muerto,
con Osiris, mientras que su sucesor era equiparado al dios Horus. En
Mesopotamia, los nombres de algunos gobernantes llevaban un prefijo divino y
durante el festival del Año Nuevo el rey representaba al dios en el ritual,
especialmente en el matrimonio sagrado de unión con la diosa Ishtar. Los gobernantes que empleaban el
determinativo divino delante de sus nombres corresponden al mismo período de
los textos que mencionan las bodas de reyes y diosas. El carácter divino del
soberano podría tener su fundamento en que solo se divinizase a reyes a los que
una diosa hubiese otorgado su amor.
Leyenda
del rey Sargón de Akkad. Copias
neoasirias y neobabilónicas:
“Sargón, el soberano potente, rey de Akkad (Agadé),
soy yo. Mi madre fue una variable, a mi padre no conocí. Los hermanos de mi
padre amaron las colinas. Mi ciudad es Azupiranu, situada en las orillas del
Éufrates. Mi variable (otra posible
traducción de la caracterización de la madre de Sargón es “gran sacerdotisa”) madre me concibió, en secreto me dio a luz.
Me puso en una cesta de juncos, con pez selló mi tapadera. Me lanzó al río, que
no se levantó sobre mí. El río me transportó y me llevó a Akki, el aguador.
Akki, el aguador, me sacó cuando hundía su pozal. Akki, el aguador, me aceptó
por hijo suyo y me crió. Akki, el aguador, me nombró su jardinero. Mientras era
jardinero, Ishtar me otorgó su amor, y durante cuatro y… años ejercí la
realeza.
El pueblo de los cabezas negras regí y goberné;
poderosos montes con azuelas de bronce conquisté, las tierras superiores
escalé, las tierras inferiores atravesé, las tierras del mar tres veces
recorrí.
Dilmun mi mano capturó, al gran Der subí yo… Cualquier
monarca que me suceda, rija, gobierne el pueblo de las cabezas negras;
conquiste poderosos montes con azuelas de bronce…”
(Fuente:
Pritchard. “La sabiduría del Antiguo
Oriente”. Págs. 100-101).
A
mediados del siglo XVIII a. de C., apareció la afirmación de que los dioses
supremos tenían propósitos morales. Esto puede verse en el prólogo del Código de Hammurabi:
“Entonces, Anu y Bel me llamaron a mí, Hammurabi, el
príncipe exaltado y temeroso de los dioses, para hacer que la honradez
prevaleciera en el país, para destruir al perverso y al malvado, para evitar
que los fuertes oprimieran a los débiles”.
(Fuente:
Carlos Cid. Mitología oriental ilustrada.
Mesopotamia. Pág. 153).
Con esto
dejó claro que los mandatos del Código
eran voluntad de los dioses.
Se
suponía que Marduk y los demás dioses
protegían a los reyes, quienes eran el pálido reflejo de sus poderes en la
tierra.
Asimismo
hay nombres de dioses que ni siquiera se refieren a seres que pudieron existir
hipotéticamente, sino que son la identidad de los pueblos ancestrales en su
nacimiento. Así como múltiples epítetos para designar a un mismo dios. Y los
textos sagrados fueron escritos en los tiempos del pensamiento mágico. Hoy en
día vivimos en el tiempo del pensamiento analítico, desconectado completamente
de la naturaleza y sus ciclos. Porque, de hecho, muchos mitos no se refieren a
hechos verídicos ocurridos en la antigüedad, sino que son historias que se
creaban para explicar los ciclos de la naturaleza o fábulas con una moraleja
final. Por lo tanto, hay que saber separar el grano de la paja.
El
concepto de Dios surgió cuando el ser humano primitivo empezó a preguntarse por
el origen del rayo, los eclipses, o por qué el sol se escondía durante semanas
y se perdían las cosechas. Como esos fenómenos eran algo que el humano
prehistórico no controlaba, pensó que tenían que ser causados por un ser
superior y sobrenatural que los castigaba. Y así nacieron los dioses, que al
principio representaban a fenómenos de la naturaleza, para a continuación
simbolizar las cualidades de ciertos animales en los que el hombre primitivo se
fijaba. Y la visita de seres de otros mundos más avanzados tecnológica y/o
espiritualmente llegados a nuestro planeta subdesarrollado, pudo otorgar una
apariencia antropomorfa a esos dioses, ya que inmediatamente las pobres mentes
de los humanos rudimentarios los asociaron a los fenómenos y animales que
adoraban, pues aquellos seres estelares debían estar detrás de la fuerza del
rayo o del trueno, tal era el poder que ostentarían ante sus ojos.
Desde el
inicio de la humanidad las religiones eran politeístas, hasta que hace 4400
años un faraón egipcio de la 18 dinastía, del Imperio Nuevo, llamado Akhenatón,
instauró una única divinidad llamada Atón y se autoproclamó su profeta. Ese es
el momento en que el concepto del monoteísmo y de un Dios universal aparece en
la historia. Seguramente los autores del Pentateuco se apropiaron de ese
concepto, pues percibieron que una colectividad unida por un solo Dios sería
más fuerte y más cohesionada.
Las
conclusiones a las que se llegan tras seleccionar e interpretar correctamente
los milenarios textos antiguos son que en una época muy remota para el planeta
Tierra tuvo lugar una guerra entre diferentes civilizaciones no humanas en
otros lugares del cosmos, o quizá en otras dimensiones o universos paralelos
(en el Enuma Elish los antiguos dioses contra los nuevos dioses), y que
aquí se pudieron asentar por un tiempo remanentes de alguna cuadrilla
perteneciente a los vencidos. Algunos de los que participaron en esa guerra
fueron seres de apariencia reptiliana, y es posible que los restos de la última
batalla se librasen en nuestro planeta o en sus cercanías. Sin embargo, hay que
tratar de no simplificar las cosas culpando de todo a los reptilianos, ya que
hay más entidades involucradas en todo este tema, que es muy complejo.
Y desde
luego las antiguas tablillas dejan claro que hubo algún tipo de manipulación
genética en nuestros antepasados homínidos por parte de algunas de estas
entidades y que existe un Demiurgo que nosotros tomamos por el Dios Verdadero,
creador de una falsa realidad. Un Demiurgo que no quiere que los seres humanos
conozcan su origen y su alto destino, que desea que sigamos ignorando todo lo
referente al mundo superior, y que quiere que solo reflejemos su mundo material
concebido para mantenernos atados, y no al Dios Verdadero. A este Demiurgo es
al que adoran las élites de poderosos de este planeta que pertenecen a ciertas
sociedades secretas que promueven un materialismo supremo tal y como le place
al Demiurgo, en el que nosotros somos considerados como animales, una granja
humana, en la cual no existe nada más allá de esta realidad artificial, y donde
las crisis son creadas para limpiar todo lo que no consigue adaptarse a este
sistema establecido por ellos.